Por: Eduardo Martínez 

Los caminos se han abierto en Venezuela a pesar de los apagones y la escasez de gasolina. Y como todo se tiende arreglar al final, los venezolanos comienzan a transitar por un buen camino. Camino que no es otro que el de la esperanza.

Un buen camino no significa que sea fácil y en bajada. Ya bajamos suficiente tras 25 años de destrucción de la Nación. Y ahora nos toca subir en la búsqueda del bienestar que hemos perdido y que nos ha sido negado.

La resistencia a las malas políticas, nos ha dado fortaleza. Muchos venezolanos han recurrido a esa fortaleza aprendida para emprender -hasta a pie- el camino del exilio.

Una emigración única en la historia del país, y de la cual había solo dos precedentes: la emigración a Oriente, ante las amenazas de Boves en 1814, y las campañas admirables de tropas venezolanas para independizar a los países andinos.

La crisis nos ha endurecido la piel. Y si algo nos ha preparado para superar los contratiempos, es el espíritu de resistencia que hemos desarrollado quienes nos hemos quedado. Un espíritu de resistencia que nunca ha sido una entrega o una renuncia a nuestros valores. La resistencia ha sido para esperar tiempos mejores y transformar esa energía contenida en espíritu de lucha. Hoy en día, es uno de esos momentos. Y hay que decirlo: Estamos en los mejores momentos.

La lucha no terminará con el triunfo en las elecciones presidenciales del 28 de Julio. La fecha será importante, pero no nos podremos permitir descansar. Ni es un fin de camino. Por el contrario, tendremos por delante un camino más duro, difícil y que requerirá de la participación de todos los venezolanos. Los de aquí, y los de afuera.

El saldo de estos 25 años es de una magnitud enorme, y no lo conocemos en su totalidad. Seguramente se presentarán los acreedores ocultos a reclamar. Los estrategas del mal, tratarán de regresar a sus andanzas de maldad de los jueves en la plaza de las Tres Gracias en Caracas. La destrucción del aparato productivo y la infraestructura nos dará muchos dolores de cabeza. Pero no podremos sentarnos a llorar, sino que deberemos pensar e ingeniarnos para resolver esos y otros problemas.

Hacer, resolver, ingeniarnos y prever los inconvenientes tendrá su premio. De la misma manera que es único el estado en que heredaremos un país destruido, también será única la oportunidad para volver hacer y devolver a los venezolanos la prosperidad y el bienestar. La espera y el esfuerzo valdrán la pena. Tendremos en nuestras manos el presente y el futuro. Así, solo así, los malestares del presente se transformarán en un viejo recuerdo de un pasado que nunca tuvimos que haber vivido. Venezuela vale la pena. Si logramos que todos los venezolanos estén mejor, Venezuela estará mejor. Emprendamos el Buen Camino.