Por Eduardo Martínez

Hoy jueves es el último día de la campaña presidencial. Lo que dará un compás de silencio electoral de dos días -viernes y sábado- para que los electores mediten sobre cuál será su decisión de voto. Apagados los altoparlantes de llamados a voto, el venezolano tendrá ante si las dos visiones distintas. Una opción de continuismo versus una opción de cambio.

El continuismo arrastra 25 años de un estilo de gobierno, sobre el cuál no tienen más nada que ofrecer -por que ya lo hubieran hecho.

La oposición por el contrario, viene arrasando con sus propuestas de cambio en lo político, económico y social. Cambios radicales que tienden puentes a todos los sectores del país.

En ese pensar por quién votar, el venezolano debe tener presente el país que quiere, la familia que tiene y quiere tener, y el presente y futuro que quiere disfrutar; y sobre todo, quien representa esas aspiraciones. La lectura de esos deseos funciona siempre y cuando vaya de abajo hacia arriba. Si logramos estar bien en lo personal, lograremos que nuestra familia esté bien, y qué el país esté bien.

No podemos caer en la trampa de un patriotismo pendejo, orientado a la grandeza de la patria con una población en la miseria, familias separadas y uno de cada tres venezolanos que se vio obligado a abandonar su tierra, emigrando hasta a pié, con el sueño de enviar exiguas remesas a sus familiares que se quedaron en el país. Eso nos lleva a una lectura al contrario, de uso por el continuismo: “tienes que estar jodido, para que el país esté bien”.

No es así. Los únicos que están bien son unos pocos de la élite autocrática, que comen lomito, mientras millones de venezolanos se pelean en los basureros con los perros callejeros por los cada vez menos pedazos de pellejos.