Por Eduardo Martínez

En los últimos días han reaparecido los carteles de recompensas. Una modalidad para la captura de personas, desde tiempos que suponemos lejanos.

En todo caso, y en lo que respecta a mi generación, es bueno recordar cómo llegó a nosotros el vocablo entre finales de los años 50 y principio de los años 60.

Siendo muy pequeño, y viviendo en Maiquetía, la aspiración de los niños era que nos llevaran los domingos, a ver los seriales de vaqueros en el cine Paramount de la Plaza Lourdes. Todas las semanas se proyectaba un nuevo capítulo.

Siempre eran los buenos contra los malos. Y hoy entiendo, que para hacer atractivo el serial, siempre parecía que los malos se iban a imponer. Eso, hasta que en los últimos capítulos los buenos ganaban terreno. Ocurriendo siempre dos hechos: el bueno eliminaba a los malos, con un golpe de suerte de última hora; y, el héroe se ganaba el amor de la más bella mujer del pueblo y sus alrededores.

De un serial a otro, la narrativa se repetía con nuevos actores, distintos lugares del oeste, y sorpresivos cambios de eventos que cerraban la última proyección.

Entre lo que se repetía, siempre estaba la fijación de carteles de recompensas por aquellos vaqueros malos que los sheriffs, o los Rangers de Texas, deseaban aprehender para llevarlos a la horca.

Esos carteles estaban titulados con la expresión: SE BUSCA. Y debajo, escrito en letras más pequeñas se podía leer: “Vivo o Muerto”. Para luego colocar un dibujo-retrato del perseguido, con su nombre al pie de la imagen. Y a pie de página, se podía siempre leer las presuntas violaciones de la ley: asesinato, cuatrero, asaltante de bancos y carretas, fuga, etc.

Cada tanto, entre los argumentos sorpresivos de las historias que se contaban, no siempre eran buenos los encargados de la justicia. Muchas veces, sheriffs y jueces, actuaban del lado de lo malvados. Por lo que no era raro que desplegaran carteles para la captura y horca de unos buenos hombres.

Las razones de ese actuar, solía ser la aspiración de los malos de apoderarse de tierras, controlar pueblos para sus fines, y hasta para intentar quedarse con las bonitas mujeres de los buenos.

No era raro que eso ocurriera en las películas seriales. Como tampoco es desconocido -hoy en día- que esas fueran las motivaciones de los forajidos que quería hacerse con el poder local.

Pero me falta otro ingrediente que tenían esos carteles de recompensa: “El precio por la cabeza”, que acompañaba al letrero: “Vivo o Muerto”.

La Primera Comunión, que se hacía entre los 6 y 8 años, era en esos tiempos un gran shock al cual estábamos sometidos los niños. Y lo contaré, como pervive en mi memoria varias décadas después.

Estudiando segundo grado en la Escuela Experimental Venezuela, de la avenida México en Caracas, correspondió a las monjas del Patronato San José de Trabes –que daba cruzando la calle oeste- prepararnos para la Primera Comunión.

Y de esas cosas que recuerdo, por el impacto que nos causó, fue que en las primeras de cambio nos hablaron que si nos portábamos bien, seríamos recompensados con el “Cielo”. ¿Y el dinero? ¿Dónde está?… y además, nosotros somos buenos… ¿porque nos fijan una recompensa?.

Hoy en día, eso lo llamaríamos “un cambio de paradigma”. Pero en esa época, eso no se llamaba así. Y para unos infantes de tan corta edad, el impacto fue para quitarnos el sueño.

Tampoco cabía en nuestra mente la figura de unos malos fijando recompensa a los buenos. Eso, porque teníamos claro que recompensa provenía de Dios, y estábamos convencidos -y seguimos estándolo- que Dios es bueno.

Pero regresando a estos tiempos, la aparición de los carteles pareciera seguir el patrón de aquellas viejas películas del lejano oeste. Hay unos carteles en estos días, con los que se buscan a los malos. Y unos malos que, apropiándose del poder, persiguen a los buenos. Sigue siendo igual.

Ya mayorcitos, y de estas edades, tenemos un patrón de referencia que nos trajo Jesucristo: “Por sus frutos los conoceréis”. Eso nos orienta a la hora de detectar quiénes son los buenos, y quienes son los malos. No nos dejemos de engañar y no caigamos en la trampa de los “falsos profetas”, como en el mismo episodio los calificó Jesús.

 

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